Las personalidades grises, que
confunden ideales con sus apetitos, aquellos que miran su reflejo cada mañana limpiando el
vapor de sus espejos, no llegan a comprender que ha sido de ellos, como han
llegado a ese punto, a ese lugar donde se extraviaron y fueron ceniza, caminado
entre callejones como sombras, sin siquiera líneas marcadas que definan una
silueta, sino como manchas de aceite viejas en el concreto, rumiando palabras
sin sentido para expresar preguntas incoherentes sin buscar realmente una
respuesta, como seres suficientemente
inteligentes como para ser crueles solamente, pegados a pantallas luminosas en
todo tipo de dimensiones, estupidez en alta definición, esperando el sagrado
momento en que puedan destapar otra lata de cualquier tipo de licor que los
haga olvidar, como si tuvieran algo digno de recordar, como si tuvieran algo
que pudiera atormentar su alma, como si tuvieran alma. Ni siquiera poseen un
dolor que los atormente, no conocen la tristeza, anhelan el gozo pero en
realidad jamás lo han experimentado, y ni el dolor y el gozo podrían tocarlos
aun y cuando por una extraña experiencia llegaran al umbral de sus patéticas
existencias. El sol se oculta sobre la cuesta otro día, otra ardua faena de autodestrucción
progresiva, que increíble hipocresía es lamentarnos por nuestros pecados en
contra de nuestros prójimos cuando no somos conscientes de las cosas
imperdonables que nos hacemos a nosotros mismos, nuestros peores enemigos.
Me resulta entretenido, a veces
me deleita que estas personas me increpan, en sus sutiles modos, llamándome
mierda cuando menos, creyendo que me han dicho algo que no he escuchado, algo que
no sepa, calificativos endebles, en comparación con lo que me digo a mí mismo
cada mañana, jamás podrán aspirar, ni en sus sueños más salvajes a ser tan
duros conmigo como yo mismo lo soy
A la mierda con esas sombras
Si me aman o me odian, todo pesa
lo mismo en mi balanza de cosas sin relevancia
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