No soy una víctima de mis padres. No soy
un esclavo de mi propia versión del horror. En realidad no necesito de ayuda alguna para
envilecerme y sin embargo por alguna razón no exploté, pesé a las predicciones de mis padres y
de mis maestros, no terminé preso, ni adicto. Lo hice bien en retrospectiva.
En el trayecto pude expulsar el veneno que invadía mi mente, plenamente consciente de que no necesito a nadie para que me joda la existencia, ya que soy totalmente auto suficiente en ello y a decir verdad logré hacer un buen oficio de
eso.
Aunque desconozco a donde va a
parar todo esto no me interesa mucho, si bien tengo miedo de trasladar la
pesadilla mental en la que me he convertido a alguien más, hoy mi contorno nunca ha
sido tan claro, vivir de cierta manera la muerte, la muerte espiritual, la muerte ajena, la muerte cercana; ha despojado la mayoría de las palabras de mi
discurso, actualmente para mí, hablar es una enfermedad, la acción es su cura;
la muerte en sus distintas formas ha estado presente, abrumadoramente presente conmigo todo el año, ha estado hablando
conmigo en la oscuridad de mis sueños, a grado tal que cada amanecer representa mi grito de
batalla silenciosa, el agotamiento es mi victoria
Mi medida es la visualización de
mi propia muerte, en esta senda no reconozco a ningún compañero o aliado, ni quiero tenerlo, pero
entiendo a la extinción propia o ajena como un maestro y la definición de un poder
absoluto, el único tangible y objetivo, en este mundo de percepción. Mi camino
es claro y presentado ante mí, el viento me atraviesa, como liviana cortina en
un verano caluroso. Sueño con paisajes desérticos vacíos
Y seguir adelante.

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