Tras el viento helado, las hojas
muertas acarreadas por la inevitabilidad llega irremediablemente la pregunta:
¿qué ha sido de tus anhelos?, ¿donde están ahora?, ¿Han sido perseguidos y acorralados?, ¿se han extraviado en esa
vastedad de la nada adonde acuden tus pensamientos cuando escuchas hablar a
personas que no significan nada para tí?, ¿han sido asesinados y desmembrados,
metidos en bolsas negras de basura, escurriendo su sangre mientras los
arrastras al sótano?.
En el vacío de una habitación a
contra luz, el crepúsculo lástima los ojos ciegos de los anhelos frustrados; el
aire entra a los pulmones asfixiados y quema, se oye el sonido de la
respiración pero no oxigena nada en lo absoluto, sería fácil salir de aquí,
llamar a alguien, buscar una voz que calle este ruidoso silencio, jamás lo
hago. No quiero salir de mí mismo, sería inútil en todo caso, no podría hacer
salir palabras coherentes de mi boca, para mostrar el lugar en que hoy me
encuentro, ni siquiera yo lo sé con certeza, es a veces aterrador y confortable
al mismo tiempo. Pero ahora solo son pensamientos confusos y difusos, estériles
a lo mucho, tan sutiles que no alcanzan a afianzarse en una red mental lo
suficientemente fuerte para establecer una cordura, una conversación con la
nada.
En brazos débiles me dejo caer,
no hay ninguna certidumbre que me sostengan, pero es un acuerdo aceptable, de
cierta manera la idea de la caída es digerible cuando se sabe que no hay vuelta
atrás, soy solo una sombra más en este atardecer, solo otra hoja arrastrada por
el viento del invierno.