lunes, 14 de abril de 2014

SIETE SOPLOS.

Yamamoto Tsunetomo escribió: 

"Un viejo proverbio dice: "Decidios en el espacio de siete soplos." El Señor Takanobu Ryuzoti hizo un día este comentario: "Si un hombre tarde demasiado en tomar una decisión, se duerme." El Señor Naoshige dice también: "Si uno se lanza sin vigor, siete de cada diez acciones no llegan a término. Es verdaderamente difícil tomar decisiones en estado de agitación. Por consiguiente, si sin ocuparse de las consecuencias menores, uno se enfrenta a los problemas con la mente afilada como una navaja, siempre se encuentra la solución en menos tiempo del preciso para hacer siete soplos.."

Llama poderosamente la atención, el arrojo y la impulsividad de la mentalidad cultivada por las altas esferas guerreras del japón medieval, al grado tal que pareciera que las decisiones cotidianas eran tomadas en un total despliegue de neurosis, antojadose cuando menos irresponsables, más aun si se comparan con obras como las de Sun Tzu y Sun Bin, en donde pareciera predominar un exhaustivo análisis y evaluación de las circunstancias en base a dar cualquier paso.

El mismo autor, en sus recopilaciones que forman su obra Hagakure escribió:

"Un hombre que no para de calcular es un cobarde. Digo esto porque las suposiciones siempre tienen una relación con las ideas de provecho y de pérdida; el individuo que las hace está siempre preocupado por las nociones de ganancia o pérdida. Morir es una pérdida, vivir una ganancia y es así que se decide a menudo no morir. Esto es cobardía. Del mismo modo, un hombre que ha recibido una buena educación puede camuflar, con su inteligencia y su elocuencia, su pusilanimidad o su estupidez, que son su verdadera naturaleza. Mucha gente no se da cuenta."

Sin embargo, a pesar de lo que se pudiera considerar, dichos razonamientos no se encuentran desligados de ninguna filosofía, ya que parten (si se les deja de interpretar literalmente) de una lógica que tiene su fundamento en el Taoísmo como antecedente del Budismo Zen.

Al respecto y para dar una noción de esta lógica de modo de pensar me permito transcribir un fragmento de una obra de Alan Watts llamada "El Camino del Zen":

Aparentemente el I Ching es un libro de adivinación. Consiste en oráculos basados en sesenta y cuatro figuras abstractas, cada una de las cuales se compone de seis líneas. Las líneas son de dos clases: las divididas (negativas) y las enteras (positivas), y las figuras de seis líneas, o hexagramas, se cree que se basan en las diferentes maneras en que se suele quebrar el caparazón de la tortuga cuando se lo calienta. Este punto alude a un antiguo método de adivinación según el cual el arúspice hacía un agujero en la parte interna del caparazón de la tortuga, lo calentaba, y luego predecía el futuro de acuerdo con las rajaduras que se producían en la concha, más o menos como los quirománticos utilizan las líneas de la mano. Desde luego, estas grietas eran muy complicadas, y los sesenta y cuatro hexagramas se supone que constituyen una clasificación simplificada de los diversos tipos de rajaduras. Ahora hace ya muchos siglos que no se usa el caparazón de la tortuga, y en su lugar se determina el hexagrama adecuado al momento en que se formula la pregunta utilizando la división casual de cincuenta tallos de aquilea.

Pero un conocedor del I Ching no tiene necesidad de usar conchas de tortuga o tallos de aquilea. Puede "ver" un hexagrama en cualquier cosa: en el casual arreglo de las flores en un vaso, en objetos desparramados sobre la mesa, en las marcas naturales de un guijarro. Para un psicólogo moderno esto presenta analogías con el test de Rorschach, que sirve para diagnosticar el estado psicológico del paciente según las imágenes espontáneas que ve en un complicado manchón de tinta. Si el paciente pudiera interpretar sus propias proyecciones en la mancha podría obtener útiles datos acerca de sí mismo que le servirían para guiar su conducta futura. Debido a ello no podemos despreciar al arte adivinatorio del I Ching como mera superstición.

En realidad, un expositor del I Ching podría hacer una grave censura de nuestras maneras de tomar decisiones importantes. Tenemos la impresión de que decidimos racionalmente porque basamos nuestras decisiones en la recolección de datos acerca del asunto en cuestión. No confiamos en trivialidades que no vienen al caso, como arrojar una moneda o fijarnos en los dibujos que hacen las hojas del té en el fondo de la taza, o las rajaduras de un caparazón. Pero nos podría preguntar si realmente sabemos cuáles son los datos que interesan, pues nuestros planes son constantemente desbaratados por incidentes totalmente imprevistos. Nos podría preguntar cómo sabemos cuándo hemos recogido información suficiente para tomar la decisión. Si fuéramos rigurosamente "científicos" en la recolección de los datos para tomar decisiones nos llevaría tanto tiempo recogerlos que el momento de decidir habría pasado mucho antes de que la tarea se hubiera completado. Se nos puede preguntar, por tanto, cómo sabemos cuándo tenemos suficiente. ¿Es la información misma la que nos lo dice? Por el contrario, nos ponemos a juntar los datos necesarios de una manera racional, y luego, por una corazonada, o porque estamos hartos de pensar, o nada más que porque ha llegado el momento de decidir, actuamos. Y se nos podría preguntar entonces si esto no equivale a confiar en "trivialidades sin importancia" como si hubiéramos practicado la adivinación por medio de tallos de aquilea. En otras palabras, el método "rigurosamente científico" de predecir el futuro se puede aplicar sólo en casos especiales: cuando la acción no es urgente, cuando los factores en juego son en su mayor parte mecánicos, o en circunstancias tan limitadas que resultan triviales. Con mucho, la mayor parte de nuestras decisiones importantes dependen de la "corazonada", en otras palabras, de la "visión periférica" de la mente.
 
Es entonces totalmente válido y sustentable desde esta perspectiva tomar decisiones de manera intuitiva, ya que según esta lógica, por más valoraciones que se puedan tomar, por más que se mida en una balanza, al final del camino siempre se llega al momento donde no queda más que dejarlo a nuestra mente primigenia, a esa visión periférica de nuestro razonamiento. 

Entonces ¿porqué perder tanto tiempo en indecisiones y no hacerlo desde el principio.?

1 comentario:

Owl dijo...

es un razonamiento que nos hacemos al momento de darnos cuenta cuando ya perdimos el tiempo, nos equivocamos.