"El hombre moderno, dedica toda su vida a fin de crear dinero, luego invierte todo su dinero para tratar de recuperar su vida, dedica todo su tiempo frenéticamente acerca de lo que sucederá después y nunca experimenta el ahora, vive toda su vida como si nunca fuera a morir, y muere sin haber nunca vivido."
Aquí estoy, atrapado en fila tras un automóvil dentro en un estacionamiento estrecho, adelante una mujer al volante, detenida esperando a que alguien saque su vehículo de algún cajón para poder ella estacionarse, no le interesa avanzar a profundidad en el estacionamiento y buscar lugar más adelante, ella quiere un lugar cerca a la salida del estacionamiento. Atrás varios maníacos accionando sus cláxones de manera frenética, una verdadera orquesta del enojo, entonando una sinfonía de desesperación. La mujer del frente, inamovible en su determinación de esperar un lugar cercano, no es que alguien caminara en esa fila del estacionamiento, dando la probabilidad cercana de que un auto saliera pronto, busco sin resultado que alguien estuviera arriba de algún vehículo a punto de salir, lento al menos, pero seguro, como las señoras o señores mayores que duran casi 5 minutos desde que cierran la portezuela hasta arrancar el motor, provocando un monólogo en mi cabeza en los que ansío ese espacio preguntándome ¿que diablos está haciendo ahí adentro este viejo?. No, no hay nada ni nadie que indique una pronta salida a este embotellamiento privado, la mujer espera, sin luces intermitentes, sin direccionales, sin señales de dar al menos explicaciones y mucho menos cortesías de el porqué de su conducta, de hecho no me hubiera sorprendido ni un poco que apagar el motor de su vehículo. Los minutos pasan, un guardia se acerca, y la obliga a moverse, al fin, logro pasar junto a ella, una estrecha maniobra por la cual casi pierdo un espejo retrovisor, acelero dramáticamente, para hacer una declaración de enojo y frustración, la mujer ni lo nota.
Aquí estoy, atrapado en fila tras un automóvil dentro en un estacionamiento estrecho, adelante una mujer al volante, detenida esperando a que alguien saque su vehículo de algún cajón para poder ella estacionarse, no le interesa avanzar a profundidad en el estacionamiento y buscar lugar más adelante, ella quiere un lugar cerca a la salida del estacionamiento. Atrás varios maníacos accionando sus cláxones de manera frenética, una verdadera orquesta del enojo, entonando una sinfonía de desesperación. La mujer del frente, inamovible en su determinación de esperar un lugar cercano, no es que alguien caminara en esa fila del estacionamiento, dando la probabilidad cercana de que un auto saliera pronto, busco sin resultado que alguien estuviera arriba de algún vehículo a punto de salir, lento al menos, pero seguro, como las señoras o señores mayores que duran casi 5 minutos desde que cierran la portezuela hasta arrancar el motor, provocando un monólogo en mi cabeza en los que ansío ese espacio preguntándome ¿que diablos está haciendo ahí adentro este viejo?. No, no hay nada ni nadie que indique una pronta salida a este embotellamiento privado, la mujer espera, sin luces intermitentes, sin direccionales, sin señales de dar al menos explicaciones y mucho menos cortesías de el porqué de su conducta, de hecho no me hubiera sorprendido ni un poco que apagar el motor de su vehículo. Los minutos pasan, un guardia se acerca, y la obliga a moverse, al fin, logro pasar junto a ella, una estrecha maniobra por la cual casi pierdo un espejo retrovisor, acelero dramáticamente, para hacer una declaración de enojo y frustración, la mujer ni lo nota.
Llego tarde a la cita médica. No importa, el médico aun no ha llegado, pero si 9 personas antes que yo a consulta, lo cual me ilumina, y descubro que ante la impuntualidad de los médicos y la puntualidad de los enfermos, ya sé porque nos llaman "pacientes". Así pasa casi una hora, al fin soy atendido, un muy mal negocio, entregué 60 minutos de mi tiempo por 3 minutos del médico y estoy fuera, con una receta médica para surtirse en la farmacia de mi servicio médico. Turno 1075, en la pantalla brilla el número 1017, por supuesto.
Llevo dos horas en estos menesteres y lo que más me molesta no es la impuntualidad ni la grosería de las personas, sino que me tomó dos horas hacer una sola cosa, el esfuerzo no importa, la distancia no importa. solo me duele el tiempo que he perdido para hacer más.
¿Porqué? es que ya no estamos diseñados para dedicar dos horas a hacer una sola cosa ni permanecer en un solo lugar, somos esclavos libres si, pero al fin esclavos. Una nueva esclavitud, la esclavitud de la libertad. donde las cadenas están forjadas por el movimiento y la rapidez. la lucha del nuevo hombre no es contra el terreno ni la distancia, sino contra el tiempo. nos subimos a un avión y recorremos miles de kilómetros de valles, desiertos y montañas; mares y hielo. no tenemos idea de cuantos kilómetros son desde nuestro origen hasta nuestro destino, sino a cuantas horas "está" y cuanto costó el boleto. No notamos la silla de ruedas en el asiento del pasajero del automóvil de la señora del estacionamiento, (hasta que salimos) solo su inamovilidad para dejarnos pasar, no recuerdo una sola de las caras de las personas que estaban frente a mí en el consultorio, ni sus dolencias, ni el trabajo que les costó llegar ahí. Vaya ni siquiera notamos que al menos contamos con un buen servicio médico y que los tres minutos que duramos con el doctor significan que no tenemos nada que no se cure y estamos listos para seguir adelante en tres minutos.
......y solo me duele el tiempo.