Vivimos en un mundo, de causa y efecto, el sol sale cada mañana y se pone al atardecer, la luz cede a la oscuridad, la oscuridad se desvanece y aparece la luz, no hay misterio en ello, todos estamos de acuerdo en que todo efecto proviene de una causa, sin la cual, aquél no existiría, la semilla del naranjo que cae en tierra fértil, hará crecer un naranjo, no un manzano ni un cedro, sino un naranjo y nada más. Nuestro planeta surge en las mismas condiciones, con un clima y combinación de elementos ideales para dar vida, la vida surge y cuando el clima y los elementos desaparezcan, la vida no será más. Todo tiene una causa y un efecto y todos, aceptándolo o no, vivimos y morimos bajo esta regla.
Curiosamente, en lo que respecta a nuestra desgracia personal, no recordamos esta regla, nos declaramos irresponsables de nuestro dolor, nuestra pena siempre es bastarda, tiene padres ajenos a nosotros mismos, culpamos a nuestros padres, a nuestros hermanos, a nuestro gobierno, a la mala fortuna, a Dios....
Es verdad sin embargo, que nuestro dolor se manifiesta a través de los actos de otros, un ladrón, un asesino, un amor no correspondido, un marido abusador, una esposa infiel, un padre alcohólico, una madre castradora, un jefe déspota, un policía corrupto. Y aunque lo neguemos, porque el disfraz de víctima es mucho más cómodo que el de cómplice involuntario, en el fondo sabemos que nosotros entramos por nuestro propio pié o permanecemos inamovibles en situaciones que nos lastiman, hasta que no podemos más y a veces es demasiado tarde.
Pero el sentido de mi idea no es este, porque a pesar de creer firmemente que somos arquitectos de nuestra propia suerte, también somos dueños de nuestro sufrimiento. Sufrimos por apego, esa clase de apego que más dañino es, el apego al dolor, el apego a situaciones que nos hicieron daño, y vivimos en una constante y aberrante repetición de experiencias, al grado tal que nos dedicamos a vivir en nuestro pasado, en lo que creemos que nuestro pasado es, y nos condenamos a una prisión vitalicia.
Yo soy dueño de mis actos, soy dueño de mi apego a mi dolor, el sufrimiento es mio, la insatisfacción tiene su origen en mi y en nadie más, puedo intentar culpar en mi arrogante ignorancia a otros por mi dolor, pero no puedo dejar en manos de otro mi decisión de seguir sufriendo.
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