
Conozco atajos cortos, conozco sendas largas y conozco caminos eternos, para llevarte a donde quieres ir, pero lo que no conozco son las lineas que marcan límites que no hayamos podido cruzar. Sabes que hablo la verdad, aunque te encuentres de pie ante mí, juzgándome, como lo haría la gente común, de la que tanto nos burlábamos, que desconoce la forma maldita en la que pensamos y hemos decidido vivir. < ¡Tú hablándome de reglas a mí! > A esto hemos llegado, a esto arribamos después de un camino eterno, lleno de mierda hasta las rodillas, de comer carroña de los traicionados, de los que fueron superiores a nosotros en maldad y avaricia pero terminaron al fin en el fango frente a nuestros pies, como un festín delicioso de carne putrefacta, al que se nos invitó a acudir y que nunca desdeñamos que yo recuerde, como las hienas hambrientas e insaciables que somos, ¿esperabas algo distinto?, tu falsa ingenuidad me provocaría risa sino me causara tanto asco, si decidiera reírme ahora de tu nueva cruzada moral seguramente me atragantaría con la sangre de mi último banquete.
Es deprimente admirar al estúpido, otrora agresor, hundirse en sus propias sanciones, olvidar el sabor de las lágrimas de otros y no reconocerlo en las suyas propias, probablemente porque han perdido la sal, como el platillo insípido que se sirve a los enfermos en etapa terminal. El que vive por la espada, a espada debe morir, el mundo aparenta carecer de equilibrio, pero se sostiene bajo ciertas premisas que nos es difícil aceptar cuando las presenciamos frente a nosotros, porque nos quejamos de la injusticia cuando nos toca estar en el lado filoso del puñal, pero mientras el extremo romo nos apunte al rostro, aceptamos cualquier iniquidad. Te creías mas grande, más alto, más digno, y al menos esperabas que un rayo mayor fuera el que te reventara en partes, y no aceptas que fuiste derribado desde tus ahora blandos cimientos, pero esa es la primera regla: Presas de caza, son aquellas ya lentas para correr, enfermos, ancianos, torpes, inexpertos o confiados, víctimas es lo que somos, esperando la muerte a manos de un depredador mejor, la bala que nos mata es la que no escuchamos, la sangre que nos entrega es la que corre por nuestras propias venas, y el hecho que esto te altere, me hace pensar lo mucho que no deseo ser como tú: árbol denegrido que enseña y que no se encuentra ni posibilitado, ni dispuesto a recorrer el camino por el que a tantos ha mandado, que no alcanza a ver las cicatrices en su corteza, dejadas por tantas sogas de los que han sido estrangulados bajo su sombra y bendición, que hoy lo derriba un pequeño relámpago, y lo reduce a cenizas, no por la magnitud de la energía de quien lo toca, sino por se ha secado ya, y podrido es ahora y desde su interior arde al primer indicio de una pequeña llama.