jueves, 21 de diciembre de 2017

BÚSQUEDA


Cada luz entrecortada, del tipo de las que proyectan las hojas de los árboles por las mañanas de otoño, como la tristeza que sólo tus ojos son capaces de expresar, con una mirada cansada como la de quién es capaz de atravesar almas para mirar el horizonte con añoranza, cada aroma dulce como el de tu cabello cuando lo agitas, de esas que suelen acompañar a las brisas frescas que son bendición en el calor abrazador, que me hacen olvidar que odio el verano o que al menos hacen valer la pena el ardor en la piel,  si con ello se aprecia más la belleza de lo que es bello por derecho natural, que en cada momento reflexivo emula  lo que es puro, tan divergente, tan divagante como quien no le importa ordenar sus pensamientos en absoluto, para los que aspiren a entenderlos, sino para los que quieran sentirlos tal y como tú los sientes, supongo que es  un esfuerzo por no sentirte sola en una mente tan basta.

Hasta los colores, los colores que tanto tememos los que somos monocromáticos, los colores fuertes, los colores valientes, los que luces en ti, los que expresan felicidad, pero que portas como blasones de los que se usan en batalla, para distinguirlos entre el humo y el polvo, de los que provocan las marchas forzadas de corazones derrotados, que quieren sofocar tu resplandor, si no por voluntad, porque nunca han sido capaces de hacerlo, pero si por ruido y opacidad.


También el misticismo, el que no veo en el que se persigna todas las mañanas frente a los templos, sino al que conoce a dios porque ha visto al diablo, como el que conoce una verdadera religión como la religión del fuego es arder y la del viento ser libre, de la que sirve para iluminar, no para condenar, de la que afirma la vida, para estar vivo y ser alegre sabiendo que no hay huérfanos en el alma. Todo esto me recuerda a ti, todo esto he aprendido de ti, todo esto he de agradecer de ti. A ti que para mi eres arte hecho mujer, arte que es capaz de transformar lo bajo en algo sublime. Eso eres tú para mí. En la medida que las palabras pueden resumir lo que el alma siente.

viernes, 1 de diciembre de 2017

EL HOMBRE



Hay suficiente traición y odio, violencia, necedad en el ser humano corriente como para abastecer cualquier ejercito o cualquier jornada. Y los mejores asesinos son aquellos que predican en su contra.

Y los que mejor odian, son aquellos que predican amor. Y los que mejor luchan en la guerra son -al final- aquellos que predican paz. Aquellos que hablan de Dios, necesitan a Dios. Aquellos que predican paz, no tienen paz. Aquellos que predican amor, no tienen amor.

Cuidado con los predicadores, cuidado con los que saben. Cuidado con aquellos que están siempre leyendo libros. Cuidado con aquellos que detestan, la pobreza o están orgullosos de ella. Cuidado con aquellos de alabanza rápida, pues necesitan que se les alabe a cambio.

Cuidado con aquellos que censuran con rapidez: tienen miedo de lo que no conocen. Cuidado con aquellos que buscan constantes multitudes; pues solos no son nada  .

Cuidado con el hombre común, con la mujer común. Cuidado con su amor. Su amor es común, busca lo corriente.

Pero son unos genios al odiar son lo suficientemente geniales al odiar como para matarte, como para matar a cualquiera. Al no querer la soledad, al no entender la soledad, intentarán destruir cualquier cosa que difiera de lo suyo.

Al no ser capaces de crear arte, no entenderán el arte.

Considerarán su fracaso como creadores sólo como un fracaso del mundo.

Al no ser capaces de amar plenamente, creerán que tu amor es incompleto y entonces te odiarán.

Y su odio será perfecto como un diamante resplandeciente, como una navaja, como una montaña, como un tigre, como cicuta; Su mejor arte.