Así como "el pez nada en el agua sin pensar en
el agua, y el ave vuela en el viento sin conocer al viento", tampoco la
verdadera vida del Zen necesita "levantar olas cuando no sopla
viento", o introducir la religión o la espiritualidad como algo que está
por encima de la vida misma. Por eso, con frecuencia se dice que aferrarse a sí
mismo es como tener una espina clavada en la piel, y que el Budismo es una
espina para extraer la primera. Una vez sacada, ambas espinas se tiran. Pero si
el Budismo, la filosofía o la religión se convierten en otro modo de aferrarse
a sí mismo mediante la búsqueda de una seguridad espiritual, las dos espinas se
convierten en una, y entonces ¿cómo se las va a extraer? Como decía Bankei,
esto es "lavar sangre con sangre". Por tanto en el Zen no hay yo ni
Buddha al que uno pueda aferrarse, ni bien que ganar ni mal que evitar, ni
pensamientos que desarraigar, ni mente que purificar ni cuerpo que perecer ni
alma que salvar. De un solo golpe todo el andamiaje de abstracciones es reducido
a polvo. Como dice el Zenrin:
Para salvar
la vida hay que destruirla.
Cuando está
totalmente destruida, por primera vez quedamos en paz.
Una palabra
establece el cielo y la tierra, una espada nivela el mundo entero.
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