martes, 11 de abril de 2017

HEREJÍA

Constantinopla ha caído, dejemos al pueblo pensar que será recuperada por la gracia de Dios y los Reinos de la Cristiandad, pero no nos engañemos a nosotros mismos nobles Señores, ha caído en manos de Otomanos y no volverá a manos cristianas ni en diez sangres.

¡Herejía! Se oyó una voz joven desde el fondo del salón atrás de las columnas.

¿Quién ha hablado así al Gran Señor de Valaquia? Preguntó el Voivoda Báthory señor de Ecsed, tomando la empuñadura negra de su mandoble, Perdonad el ímpetu de este estúpido muchacho, dijo en voz poderosa Matthias Corvinus, mientras tomaba de la nuca al muchacho János, que receloso y humillado como perro azotado por ladrar a desconocidos mira al piso con el rabo entrepernado.
¡Dejad que el Joven boyardo hable! Exclamó el Príncipe, es necesario que los viejos escuchemos la indignación de la nueva sangre, como la nueva sangre debe escuchar las razones de las palabras de los viejos. Joven János de la casa Corvinus acércate a mí, exclamó el Príncipe. El joven se acercó indignado al atrio del trono. Fui educado en la guerra, dijo el Soberano de Valaquia, por aquellos que solo conocían las artes de combate, se de acero, sé de sangre, sé de pieles blancas de mujeres desde el Cáucaso hasta la tierra de los Sajones. Mi oficio es la Muerte de otros, más no sé nada de Dios, por lo que he hecho y lo que haré estoy seguro de que Dios no querrá saber nada de mí, ni de la orden del dragón, yo solo sé de una herejía, la del que comanda pocos hombres contra muchos y marcha al campo de armas sin saber del oficio.

La religión de las armas no tiene verdades de fe, ni escrituras sagradas, sus evangelios no son escritos ni con letras ni tinta, sino con sangre y números. Los números son la guerra, quien entienda que los números dan la victoria es en verdad un apóstol de esta fe.


El que tiene pocos no ataca, espera. El que tiene muchos se mueve y busca a su presa. El que cuenta con números pequeños se dispersa, como poca manteca en una gran olla. Mientras el que con muchas lanzas avanza, permanece en cerrada falange buscándole. El tiempo y la desesperación operan en contra de los grandes contingentes, los hombres en manada son presa fácil para la peste y el excremento blando. Alimentar a una bestia de tal tamaño es una tarea desgastante, Eventualmente el grande comprende que debe disolverse, para abarcar territorio y ubicar a la pequeña fuerza. Es tiempo que la presa use sus números y se reúna, en grupo sólido y agudo como estilete, la bestia disuelta devora territorio, pero es débil y suave en todos sus puntos. Se debe atacar en uno de ellos, apuñalarla en su suave barriga, y dejarla sangrar. Se contraerá y se solidificará ahí donde ha sido herida. La bestia unida es invencible, pero ha dejado de ser omnipresente.  Se encuentra paralizada. No puede avanzar porque deja a un enemigo en su retaguardia, arriesgando las líneas que la alimentan, no puede quedarse mucho tiempo, porque hacerlo significa derrota, no puede dispersarse porque es débil en cualquier lugar y no puede escoger el punto en que ha de presentar combate. Esa es la religión que conozco, esos son los mandamientos que venero.