Cómo tener ideales cuando existen sobre esta Tierra seres sordos,
ciegos o locos? ¿Cómo podría yo alegrarme de la existencia de la luz que
otro ser no puede ver, o el sonido que no puede oír? Yo me siento
responsable de las tinieblas de todos y me considero un ladrón de luz.
Porque ¿no hemos robado nosotros, en efecto, la luz a quienes no ven y el
sonido a quienes no oyen? ¿Acaso nuestra lucidez no es culpable de las
tinieblas de los locos? Sin saber por qué, cuando pienso en estas cosas
pierdo todo coraje y toda voluntad; el pensamiento me parece inútil, y vana
la compasión. No me siento suficientemente normal para compadecerme de
las desgracias de los demás. La compasión es una prueba de superficialidad:
los destinos rotos y las desdichas irremediables nos conducen o al grito o a
la inercia permanente. La piedad y la conmiseración son tan ineficaces
como insultantes. Además, ¿cómo apiadarse de las desgracias de los demás
cuando uno mismo sufre infinitamente? La compasión no compromete a
nada; de ahí que sea tan frecuente. Nadie ha muerto en este mundo a
causa del sufrimiento de los demás. En cuanto a quien pretendió morir
por nosotros, no murió: lo mataron.
E. Cioran